La vuelta hacia La Paz nos posibilita una visita al pueblo de Laja y su bella iglesia del siglo XVIII.
El nuevo día nos regala el tiempo necesario para visitar Copacabana y el Lago Titicaca, el nuevo día también nos brindaba la posibilidad cierta de pasar a la historia.La tarde se presentaba maravillosa, el sol a pleno garantizaba una buena navegación por el Titicaca rumbo a la Isla del Sol, montañas aterrazadas, caseríos colgados de barrancos a 4000 metros de altura, un cielo impecable con algunas nubes a lo lejos.
Desembarcamos, las nubes lejanas avanzaban a paso redoblado sobre nuestra posición en tierra, la guía nos anuncia que se desataría sobre nosotros una de esas tormentas repentinas con final incierto, las opciones eran, seguir viaje por la isla hasta el poblado, quedarnos en las ruinas de piedra esperando que la tormenta pasara, o sacar cuatro fotos y volver tratando de ganarle al fenómeno que para ese momento alcanzaba el estatus de deidad.
Decidimos volver cuando la tormenta ya golpeaba sobre nosotros, tendríamos que atravesarla perpendicularmente, con el viento golpeando sobre el lateral del barquito de papel glacé. Cuanto tiempo pasó, no puedo calcularlo, como no puedo calcular el tamaño de las olas, la fuerza del viento, el despegue de la lancha sobre el plano del agua, y todo bajo la tremenda paz que irradiaban los rostros de la guía y el conductor.
Cuando logramos salir del vórtice de la tormenta y cierta tranquilidad ganó nuevamente al lago, le pregunté a la tripulación como podían estar tan relajados en medio de semejante contingencia y la respuesta todavía resuena.
-Si algo nos pasaba, y era muy posible que algo nos pasara, hubiera sido un mandato de los dioses que habitan en el fondo del lago, cuando una lancha naufraga, los cuerpos quedan para siempre en las profundidades, nadie los rescata, le pertenecen al Titicaca, es un privilegio para pocos el ser devorado por el lago sagrado.
-En serio
-Siiii!
No recuerdo otro ataque de devoción más intenso que el acontecido en la Basílica de Nuestra Señora de Copacabana, el lugar era el indicado, el momento era el preciso, aunque quizás por una cuestión de jurisprudencia los referentes religiosos católicos no hubieran podido actuar sobre las deidades del lago, pero en verdad el susto fue mayúsculo, la tormenta fue corta pero extrema y más que nunca el respeto a la tierra, sus ritmos y mandatos se corporizaron en mi historia, creo que el acontecimiento fue una bisagra en cuanto al respeto hacia la madre de todas las madres y las creencias ligadas a esa cosmovisión, puedo decir que aprendí la lección, puedo decir a la distancia que ví la luz al final de la tormenta.