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sábado, 31 de mayo de 2014

Villa Chicligasta, Tucumán, Argentina

El tercer día comienza con una rutina similar al anterior, desayuno muy temprano y salida para la terminal, el paisaje desolado de la capital tucumana era también idéntico, pero esta vez en sábado laborable.
El programa para la jornada incluiría nuevos pasajes del Sur, haciendo centro en Simoca, y ya por la tarde despedida del Jardín Patrio, buscando un nuevo rumbo, la transición entre la selva y el río marrón.
Antes de las 10 de la mañana la feria de Simoca ya está instalada a la espera de la masa ávida por recorrer, comprar y comer, me aseguro el transporte y parto para el lejano Chicligasta, lejano no en distancia sino en tiempos, cerca de 20 kilómetros de un camino desmejorado por las lluvias lo alejan de la ruta nacional 157, tanto como una eternidad, y es esa eternidad la que le ha permitido a la villa quedar detenida en el tiempo.
El motivo principal de la visita es encontrarme con la Capilla Nuestra Señora de la Candelaria, aquella que alguna vez supo albergar al mismísimo San Francisco Solano allá por el 1595. La actual de 1797, quizás haya sido erigida sobre los cimientos de la primitiva.
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El atrio cobijo del frente remite a los Jesuitas, la fachada se completa con la maciza torre coronada por un remate cónico y la galería del costado con su piso cansado devela miles de horas sombra.
Como suele ocurrir la capilla estaba cerrada, y como siempre ocurre, mis acotados tiempos impidieron la logística para encontrar al portador de la llave del tesoro, siempre me prometo volver, desgraciadamente rara vez lo hago.
En el interior negado se destacan imágenes del siglo XVII, y XVIII, me tengo que contentar con una foto de la Candelaria que luce en un cartel dejado a la buena del lluvioso clima, sobre una de las paredes laterales del templo.
Me cruzo hacia la plaza Manuel Felipe Garretón, destacado hijo de la villa que gestionó durante su función pública, la Oficina Postal, las defensas sobre el río Gastona, salas de primeros auxilios, puentes y canales de riego, entre otras numerosas obras e iniciativas para el progreso de Chicligasta y pueblos aledaños.
Dejo la villa con el convencimiento que me faltó mucho por recorrer, sus casas centenarias, sus ríos Salí y Gastona, que unos kilómetros más al este conforman el gigantesco embalse de la Presa de Río Hondo, me faltó algún testimonio vivo, casi siempre me pasa, es que la culpa la tiene como siempre otro, y este otro es Argentina, con su territorio casi infinito, imposible de recorrer en una sola vida.
Seguimos viaje rumbo a las misteriosas ruinas de Atahona, lo hacemos por otra ruta, también de tierra convertida en barro. A mitad de camino se erige solitario, y hasta podríamos decir desubicado un molino, uno de aquellos que son paisaje más que frecuente en las pampas, pero que aquí lucen como una rareza.

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