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sábado, 31 de mayo de 2014

Sobre ruinas y excesos, Atahona-Simoca, Tucumán, Argentina

Como en muchas otras ocasiones fue la red quién me hizo saber sobre un lugar que desconocía por completo, una pared en ruinas, una escueta información y automáticamente se activa el deseo de conocerlas en primera persona. Atahona es un pueblo muy pequeño ubicado sobre la ruta nacional 157, al sur de Simoca y paso obligado para acceder a Chicligasta.
La información extraída del blog Naturaleza y Cultura, nos dice que las ruinas en cuestión pertenecen a la casa de descanso y retiros que la Orden Franciscana, tenía en la región, el asentamiento de la misma data de 1684, desconociendo la fecha exacta en la que se erige el edificio abandonado.
Mi compañero de viaje creyó recordar que alguna vez alguien le dijo que el edificio, al que se lo conoce como San Antonio de Padua, habría sufrido un incendio, ahora no podía determinar la causa del mismo, quizás un rayo me dice, ya que por la zona son frecuentes.
El gris de la mañana no me daba la pauta de la hora, pero después de dos días sin comer, el estómago indicaba que si o sí era hora del almuerzo, hora y lugar eran los indicados para llevar a cabo un suicidio alimenticio.
Simoca, estate preparada que allá voy.
Llego a la feria pasado el mediodía, y resulta como me la imaginaba, excesiva, desbordante en colores, olores y sonidos, camino apretujado por su pasillo central con la fija idea de ir a comer.
Los lugares de comida se suceden uno tras otros y los olores que de ellos emanan conforman un todo imposible de definir.
-Buenas tardes, que le traigo para comer
-Que tiene de rico, que es lo más rico
-Todo es rico (dicen), empanadas, el locro por supuesto y el vacío de cerdo, un clásico
-Bueno, dos empanadas, una porción de locro, y una de vacío de cerdo con alguna ensaladita
-Cuantos son
-Yo solo, porqué es mucho?
-Parece que tiene hambre
-Mucha
Las empanadas, espectaculares, el locro descomunal y el vacío de cerdo apoteósico, todo acompañado por un granado extracto de cumbias, más los gritos de los vendedores que promocionan sus mercaderías, me había llenado de comida, de estridencias, de colores chillones, de mil olores y se me había acabado el tiempo previsto para estar dentro de la feria, todavía me faltaba recorrer algo de la ciudad, volver a Tucumán, recorrer la Plaza Independencia y la Casa Histórica, comprar otra caja de alfajores, buscar las cosas en el hotel y caminar hasta la terminal en la búsqueda del transporte que me depositaría en mi próximo destino, para todo ello contaba con tan sólo 3 horas y media y ninguna posibilidad de error.
Salgo de la feria y me pasa por delante el colectivo articulado del Exprebús, lo alcanzo en la esquina, gano tiempo pero me quedo sin fotos de Simoca, excusa perfecta para volver otro sábado.
La ruta discurre entre kilómetros y kilómetros de plantaciones de caña a punto de ser cosechadas, me imagino como debe cambiar la fisonomía de la región cuando cientos de carritos cañeros aparecen en escena, junto con tractores, cosechadoras y camiones de la prehistoria.
Puedo efectuar con precisión el plan preestablecido, me demoro unos minutos saludando a la gente del Hotel Francia que tan bien se portaron conmigo y encaro por enésima vez el camino aprendido de memoria hasta la terminal. La experiencia Tucumán llegaba a su fin.
La noche nos gana entrando a la ciudad de Santiago del Estero, comienza a llover y descubro que mi nuevo hotel queda a unos tres kilómetros del núcleo urbano de Colonia Dora, son pasadas las 10 de la noche y si no llego a encontrar locomoción alguna,  la caminata bordeando la ruta nacional 34, es una verdadera ruleta rusa.

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