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martes, 3 de junio de 2014

Entre el meteorito que no ví y el tiempo que aprendí, General Pinedo, Chaco, Argentina

En todo viaje siempre hay transiciones, lugares intermedios que equidistan de los extremos. Los días seis y siete de la travesía surcarán esos lugares. Ya muy lejos de la montaña tucumana y todavía distante del gran río marrón, el oeste chaqueño todavía no se acostumbra a haber perdido sus quebrachales, sus montes, en perjuicio de la soja en manos de pocos.
El día en Colonia Dora arranca demasiado temprano, a las 4:30, hora fatídica en la que ningún circuito cerebral está conectado  y activo, pero el temor a perder el servicio a Gancedo superó al sueño.
El ómnibus aparece pasadas las seis, ni una hora antes, ni tres después, o'clock, como debe ser, y me deposita también en horario al costado de la nacional 89, a la entrada del casco urbano. El primer paso confirmó mi presentimiento, los caminos de tierra deben estar en pésimas condiciones y el ingreso al Piguem N'Onaxa tiene esa materialidad, tierra bien negra, chirle, resbalosa. En la Municipalidad me atienden muy bien, inclusive una funcionaria muy atenta me traslada hasta el punto de inicio del camino, distante dos kilómetros del ingreso a Gancedo, camino unos trescientos metros y desisto de cualquier intento posible, el camino está intransitable hasta para una Caterpillar, y digamos que desde el punto en donde me hallaba, hasta el cráter hay 13 kilómetros. Fin de la cita...
Caminando por la banquina también embarrada, pienso en que podría volver algún sábado de invierno, cuando la lluvia, desmesurada para una región históricamente seca, se halla ido.
No tengo más remedio que avanzar hasta General Pinedo, punto en que abordaré el tren de las 20:46 con destino a Chorotis, a las puertas mismas del abismo más oscuro. Para hacer tiempo desando camino y vuelvo a Quimili, en Santiago del Estero, núcleo urbano de importancia en donde se abastecen las personas de los pequeños y distantes pueblos del noreste santiagueño. Pasadas las 13:00 arranco hacia General Pinedo y ahí sí deberé esperar por lo menos siete horas hasta que llegue mi tren.
Para llegar desde la ruta hasta la estación hay que atravesar toda la ciudad, pasando por un parque y su estanque, los comercios del centro y todo el paseo con esculturas que han construído siguiendo el recorrido de las vías, no nos olvidemos que podemos considerar al Chaco como una gran exposición de esculturas a cielo abierto, comenzando por su capital, Resistencia, y siguiendo por todos los pueblos del interior las obras escultóricas son una constante y el sello distintivo de la Provincia.
La localidad surge como tantas otras a raíz de la llegada del ferrocarril, el mismo vinculaba Añatuya en Santiago con Avia Terai en cercanías de Roque Saenz Peña, corría el año 1912 y el monte era el protagonista principal de la geografía aun vírgen.
Según el censo de 2001, la población urbana alcanzaba los 11500 habitantes, una importante oferta educativa brinda a los jóvenes la posibilidad de cursar estudios terciarios en su ciudad, o próxima a la misma evitando el desarraigo tan temido. En cuanto a la salud cuenta con el Hospital Doctor Isaac Waisman, recientemente inaugurado.
La estación se ubica al final de la ciudad, se encuentra en buen estado de conservación y activa debido al tren diario del SOSFE, que vincula Roque Saenz peña con el fin del mundo y la actividad del Belgrano Cargas sobre todo durante la temporada de cosecha. Cuando arribé pasadas las 16:00, sólo un personal de guardia y un policía rural de custodia eran los únicos habitantes del edificio, a lo lejos una cuadrilla volante terminaba sus tareas, me esperaban tediosas horas por delante, así que me propuse recorrer en detalle el predio, hacer sociales con las personas que se encontraban de guardia y esperar, esperar pacientemente la llegada del misterioso tren.
Es en esas ocasiones cuando el tiempo no pasa, cuando podes mesurar su materialidad, de que está compuesto el tiempo, cual es su sustancia, cuanto vale el hecho de poder tener tiempo para ponerse a pensar sobre el tiempo, esa posibilidad pone en consideración el concepto de libertad, esa circunstancia te convierte en libre para manejar a tu antojo las variables espacio-tiempo.
La charla con el efectivo de la Guardia Rural, resulta muy placentera porque como hijo de Pinedo conoce detalles y anécdotas de los personajes que deambulan por la ciudad y alrededores, el adinerado ermitaño, el genio desquiciado, los secretos del monte más profundo, el que todavía resiste al avance del mar de soja.
Entrada la noche aparece en escena un segundo pasajero, un tío con sus dos pequeños sobrinos en viaje al fin de los tiempos, desde adentro de la oficina sale la noticia que el tren viene atrasado, que las 20:46 son tan solo un estado ideal y que debido a un carguero con prioridad la formación estaría arribando con hora y media, dos de atraso, (si nada malo ocurre), dedos cruzados...
Las 21, 21:30, 22 y cuando cansancio, paciencia, resignación y ansiedad parecían significar lo mismo aparece allá a lo lejos una luz en el camino de hierro, el primero en distinguirla e identificarla fue el pequeño sobrino, un niño de no más de ocho, nueve años, mientras que para ese instante yo tenía la vista clavada en la vía intentando divisar cualquier mínimo haz de luz que significara la palabra tren, caramba, el niño la vió primero, es que hace tanto que no veo un tren con vida...
Pasadas las 22:30 la espera termina y aparece en medio de la noche cerrada la pequeña formación de dos coches del SOSFE, subimos, dentro hay poca gente, el estado de los vagones en malo, no hay vidrio ni asiento sano, me acomodo como puedo y trato de comprender que hago allí. Comienzan a desfilar estaciones a oscuras en donde bajan casi todos los pasajeros, Itín, Hermoso Campo, Zuberbuhler, Venados Grandes, y por último la frontera, Chorotis, son pasadas las 0 hora y comienza la historia del séptimo día, que noche y que día me esperaban... Créanme no los voy a defraudar.

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