Dormir a orillitas del salar, después de cuatro días intensísimos, fue casi una pesadilla, entre la impaciencia y un inoportuno malestar estomacal, la noche previa al encuentro con una de las maravillas naturales del mundo quedará por siempre grabada.
Acordamos en partir todavía entrada la noche, para aprovechar los primeros rayos del sol sobre la Isla Pescado o Incahuasi, así fue y fuimos los primeros viajeros en arribar al punto panorámico, el pequeño trayecto en subida entre miles de cactus que comenzaban a despertarse, el frío polar del amanecer puneño y cierta flojitud producto de terrible desarreglo, hicieron que la magnificencia de ese primer rayo apareciendo tras esa superficie absolutamente blanca, hiciera que por un momento el mundo quede en completo blanco y negro, y mi mente se despedazara en infinitos colores tanto como infinitos rayos comenzaban a surgir en el horizonte, fueron cinco, siete minutos casi paroxísticos cuando todo comenzó a llenarse de colores.
Comenzamos a bajar y el mirador empezó a poblarse con grupos más grandes que demoraron en llegar cinco o siete minutos, precisamente los minutos en donde se reprodujo la magia de la vida
La bajada se hizo relajada, y aunque suene imposible, los retorcijones y anexos desaparecieron, barridos por la energía de semejante acto de la entrañable Máma Natura. Té con una galleta para el desayuno y a caminar pisando esa superficie increíble, que recomiendo visitarla también en el período estival de lluvias cuando todo se convierte en un gigantesco espejo producto del agua que se acumula en la superficie.
Continuamos viaje remontando ese paisaje casi inexplicable hasta el hotel de sal, caro pero el mejor...
Las parvas de sal y Colchaní, la otra orilla, anuncian que la experiencia Uyuni había llegado a su fin, serían las 11 de la mañana del último día y todavía quedaba un bonus track, de esos que me emocionan hasta el infinito.
Acordamos en partir todavía entrada la noche, para aprovechar los primeros rayos del sol sobre la Isla Pescado o Incahuasi, así fue y fuimos los primeros viajeros en arribar al punto panorámico, el pequeño trayecto en subida entre miles de cactus que comenzaban a despertarse, el frío polar del amanecer puneño y cierta flojitud producto de terrible desarreglo, hicieron que la magnificencia de ese primer rayo apareciendo tras esa superficie absolutamente blanca, hiciera que por un momento el mundo quede en completo blanco y negro, y mi mente se despedazara en infinitos colores tanto como infinitos rayos comenzaban a surgir en el horizonte, fueron cinco, siete minutos casi paroxísticos cuando todo comenzó a llenarse de colores.
Comenzamos a bajar y el mirador empezó a poblarse con grupos más grandes que demoraron en llegar cinco o siete minutos, precisamente los minutos en donde se reprodujo la magia de la vida
La bajada se hizo relajada, y aunque suene imposible, los retorcijones y anexos desaparecieron, barridos por la energía de semejante acto de la entrañable Máma Natura. Té con una galleta para el desayuno y a caminar pisando esa superficie increíble, que recomiendo visitarla también en el período estival de lluvias cuando todo se convierte en un gigantesco espejo producto del agua que se acumula en la superficie.
Continuamos viaje remontando ese paisaje casi inexplicable hasta el hotel de sal, caro pero el mejor...
Las parvas de sal y Colchaní, la otra orilla, anuncian que la experiencia Uyuni había llegado a su fin, serían las 11 de la mañana del último día y todavía quedaba un bonus track, de esos que me emocionan hasta el infinito.
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