Pasada la primera noche en Tupiza, cómodamente instalado en el hotel perteneciente a la agencia que realiza el tur, la gélida, pero diáfana mañana puneña predecía un día largo, agitado y cansador hasta llegar al refugio de altura de Quetena Chico, 10 horas adelante más o menos, en la Puna las distancias se miden en tiempo, el kilometraje, la distancia, no implica nada.
Partimos, chofer guía, guía, cocinera y pasajero, tripulación completa para un viaje de cuatro días y tres noches por una de las geografías más inhóspitas y difíciles del mundo, recorridas tan sólo por estas combis con tripulación y viajeros. En una hora alcanzamos las alturas de la Quebrada de Palalá, el Sillar, la Mina Chicobija, Abra Pampa, para seguir luego hasta el monocromático pueblito de Cerrillos, adobes rojizos bajo el azul del cielo, el alumbrado como una buena señal de progreso, ters chiquitos que pedían caramelos y que auspician de guías locales contando quién vive en cada casa y nada más, silencios, penetrantes silencios.
La planicie de la alta Puna manda, nunca bajaremos de los 4 miles, tocando un pico de 4890 pasando el Uturunco. Durante el camino aparecen pueblos mimetizados con la montaña, pueblos sin gente, tan sólo el olor a las cocinas de leña, que invitan a cobijarse en su entorno para mitigar frío y viento en exceso, Pululos, Río San Pablo y San Antonio de Lípez, última foto y lugar elegido para el almuerzo, la escuela de considerable tamaño, bien equipada y hasta con huerta, ese edificio que aparece en primer plano.
La comida como durante toda la travesía es súper abundante, y compartida por los cuatro, ya que la primer noche quedó aclarado que debíamos hacerlo todos juntos, porque se acostumbra que el grupo coma primero y lo que queda es para la tripulación, yo no soy Sir Charles Clarence Pace, Conde de Echesortu para que me anden sirviendo, quedó clarito y las comidas fueron sensacionales, plagados de chismes y anécdotas.
Partimos, chofer guía, guía, cocinera y pasajero, tripulación completa para un viaje de cuatro días y tres noches por una de las geografías más inhóspitas y difíciles del mundo, recorridas tan sólo por estas combis con tripulación y viajeros. En una hora alcanzamos las alturas de la Quebrada de Palalá, el Sillar, la Mina Chicobija, Abra Pampa, para seguir luego hasta el monocromático pueblito de Cerrillos, adobes rojizos bajo el azul del cielo, el alumbrado como una buena señal de progreso, ters chiquitos que pedían caramelos y que auspician de guías locales contando quién vive en cada casa y nada más, silencios, penetrantes silencios.
La planicie de la alta Puna manda, nunca bajaremos de los 4 miles, tocando un pico de 4890 pasando el Uturunco. Durante el camino aparecen pueblos mimetizados con la montaña, pueblos sin gente, tan sólo el olor a las cocinas de leña, que invitan a cobijarse en su entorno para mitigar frío y viento en exceso, Pululos, Río San Pablo y San Antonio de Lípez, última foto y lugar elegido para el almuerzo, la escuela de considerable tamaño, bien equipada y hasta con huerta, ese edificio que aparece en primer plano.
La comida como durante toda la travesía es súper abundante, y compartida por los cuatro, ya que la primer noche quedó aclarado que debíamos hacerlo todos juntos, porque se acostumbra que el grupo coma primero y lo que queda es para la tripulación, yo no soy Sir Charles Clarence Pace, Conde de Echesortu para que me anden sirviendo, quedó clarito y las comidas fueron sensacionales, plagados de chismes y anécdotas.
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